domingo, 24 de septiembre de 2006

La dieta del sentido común


Vivimos en una sociedad en la que si una cosa no tiene un nombre o una marca determinada no interesa o no es valorada.

A la hora de elegir unas zapatillas de deporte deben ser unas Nike; el jersey, estar firmado por Ralph Lauren; el restaurante debe llevar el sello de Ferràn Adrià; los yogures sólo pueden ser Danone; y la colonia, de la fragancia Dior.

Cuando una persona tiene que ponerse a dieta ocurre tres cuartos de lo mismo.
Sólo si la dieta tiene un nombre determinado atrae la atención y se le concede crédito. Cuando los nutricionistas abogamos por una dieta sin nombre y sin pautas extravagantes (como por ejemplo hacer comer un Sugus a media mañana) no convence. Existe siempre una preferencia por las dietas estrambóticas, con nombre propio, leída en una revista o aconsejada por un conocido.

Así se han puesto de moda la dieta de la alcachofa, las archipopulares Dukan Atkins, la de los puntos, la de Montignac, la de la sopa “comegrasa”, la dieta disociada, la dieta IG, la dieta del semáforo, la del pomelo y un largo etcétera que me ocu
paría todo este post.

Sin embargo, la
pura y cruda realidad es algo en lo que están de acuerdo todos los profesionales serios en dietética y nutrición: la única dieta que de verdad funciona es la del sentido común.Es decir, la que supone limitar la ingesta calórica sin que ello suponga dejar de llevar una alimentación variada y equilibrada. Una dieta en la que se puede y debe comer de todo – por supuesto- sin excesos y limitando cierto tipo de productos y alimentos, pero siempre comiendo de una forma normal. Sin hacer combinaciones ni cosas raras.

A menudo nos empeñamos en que debemos ponernos a dieta y seguir una dieta determinada, cuando en realidad lo único que necesitamos para adelgazar unos cuantos kilos es poner un poco de orden y sentido común a nuestra alimentación.
Lo explica el cardiólogo Valentín Fuster en su libro “La Ciencia de la Salud”. Fuster aconseja adelgazar muy poco a poco y para conseguirlo propone a ciertos pacientes “aplicar pequeñas estrategias para reducir el número de calorías”, como por ejemplo, pedir dos primeros platos en el restaurante (los segundos suelen ser más calóricos), no terminarse todo el plato o comer la mitad (o comer en plato de postre, propongo yo).

En efecto, a muchas personas les sería suficiente para adelgazar de forma paulatina beber un par de cervezas menos; limitar el azúcar o sustituirlo por sacarina; comer menos chocolate y alimentos ricos en grasas; dejar de comprar alimentos tentadores; no tomar alcohol ni refrescos, sino agua; cocinar de forma más simple o mojar menos pan.

Si al sentido común en la mesa le añadimos un poco de ejercicio, mucho mejor.

Soy consciente que para aplicar bien este sentido común se requiere, en la mayoría de los casos, la ayuda de un nutricionista. No todo el mundo puede saber cómo actuar para dejar de engordar y perder kilos. Pero, bueno, para eso estamos.

viernes, 15 de septiembre de 2006

La delgadez de las modelos

Las modelos de la próxima Pasarela Cibeles tendrán que ofrecer “una imagen física saludable” y para ello “deberán tener un Índice de Masa Corporal (IMC), alrededor de 18”, según han anunciado los responsables del evento. Tampoco se permitirá desfilar a menores de 18 años, ni que se maquille a las modelos de forma que parezcan demacradas.

Un IMC de 18,1 corresponde a un peso de 56 kilos para una altura de 1.76 metros. El IMC es un índice que relaciona peso y estatura y que es utilizado por la comunidad científica internacional para determinar los diferentes tipos de obesidad.

La iniciativa podría ser un pequeño paso adelante para paliar las ansias de ser cada vez más delgadas que tienen las mujeres y frenar también la proliferación de casos de bulimia y anorexia.
Sin embargo, tengo la impresión que la medida se quedará en una mera operación de marketing o en un intento de buenos propósitos y lamentablemente no contribuirá a resolver el problema.

Me temo que, una vez más, las modelos de La Cibeles seguirán siendo extremadamente delgadas en su inmensa mayoría. Ojalá me equivoque.

Se habla de un IMC alrededor de 18, una cifra que de entrada está por debajo del consenso establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Por otro lado, vi en la tele un reportaje en el que se pesaban a tres de las modelos ya elegidas para el certamen. Se pesaron descalzas, pero vestidas (la ropa puede suponer un kilo más de peso) y las 3 se quedaban a más de un kilo de llegar al peso necesario para llegar a un IMC de 18. Pero como era “muy poquito” se hizo la vista gorda.

El consenso establece un peso saludable a partir de un IMC de 18,5. Éste es justo el límite y cuando una mujer tiene este índice está muy, pero que muy delgada.

Para dar una imagen verdaderamente saludable opino que el IMC no debería situarse por debajo de 19,5. Y este índice podría elevarse incluso por encima de 20 y eso nos permitiría ver desfilando a mujeres de bandera.

Pero está claro que ni los diseñadores ni las modelos piensan como yo.

La top Bimba Bosé, por ejemplo, no está muy de acuerdo en que se exija un peso mínimo a las modelos: “Delgada no equivale a desnutrida”, dice y tiene razón, pero aunque las modelos no estén desnutridas están ofreciendo una imagen de extrema delgadez que es la que intentan imitar las chicas jóvenes. Ahí reside el peligro.

Bosé añade: “Las modelos han de cumplir unas condiciones, entre las que se encuentran la delgadez y la altura”.

Esto es algo que podría discutirse. Siempre ha sido así, pero ¿por qué no pueden existir modelos menos altas y menos delgadas, siempre y cuando tengan un cuerpo bien proporcionado y ofrezcan una buena imagen?

Conoce tu IMC